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  • jaguileramanovel

¿Cómo empecé a escribir?


En el cole. Fin.



¿Esperabais algo más espectacular? Molaría poder decir que ocurrió un cataclismo repleto de energías cuánticas destellantes, con muchos rayos, explosiones y chispas, o que me mordió un ratón de biblioteca radiactivo, o fui señalado por alguna deidad que me dijo: “Debes escribir”. Pero no. Nada de eso.



Si aún queréis saberlo y cómo descubrí que me gustaba, la respuesta puede que sea también bastante interesante.



Comenzó con un castigo (no recuerdo qué es lo que hice con exactitud, pero supongo que hablar en clase o estar pintando monstruos en las hojas finales del cuaderno) asignado por el profesor de Lengua Castellana y Literatura, el cual consistía en redactar cinco páginas de lo que yo quisiera para entregar al día siguiente. ¡De lo que yo quisiera! Hasta entonces otros profesores me habían hecho copiar repetidas veces, a lo Bart Simpson, lo que había hecho mal o realizar un trabajo sobre el tema que estuviéramos dando en clase. Pero nunca nadie me había castigado de esa forma. Seguro que muchos diréis: “vaya castigo”, con caras de desidia y lanzando un suspiro con los labios apretados; pero yo odiaba escribir. Mi caligrafía nunca ha sido muy buena y por aquel entonces tenía una dislexia bastante grave, aún tengo un poco. Y saber que lo que hiciera iba a quedar cubierto de correcciones de color rojo no ayudaba. La lectura tampoco me llamaba la atención, antes de que preguntéis.



Aceptada la pena y de vuelta en casa, quedaba el siguiente problema: ¿de qué podía llenar cinco infinitos folios de papel blanco tamaño A4? Mientras pensaba en el tema del que trataría mi escrito de obligado cumplimiento, otras argucias para pasar ese entuerto asaltaban mi cabeza: hacer la letra más grande de lo normal, poner más espacio entre las líneas, utilizar mucho margen y un largo etcétera de triquiñuelas para colmar cinco hojas en el menor tiempo posible. Todo ello con la intención de volver a caminar cuanto antes por las calles de Raccoon City en el videojuego Resident Evil 2 de PlayStation. ¡Eso era! Escribiría sobre alguna terrorífica aventura que me gustaría que les sucediera a los protagonistas: Leon S. Kennedy y Claire Redfield. De esa forma comencé primero a pensar en las cosas que querría ver en el videojuego y la manera en que se irían sucediendo, creando una secuencia lo más cinematográfica posible, dando origen a lo que podría ser un burdo guion de película de serie Z, quizá B (tal vez mejor que el que pariera Paul W. S. Anderson en el Capítulo Final de la saga cinematográfica). La cosa es que acabó siendo un poco más largo de cinco páginas.



Al día siguiente entregué mi castigo con una mirada furibunda; no podía demostrar que me había divertido con una imposición del archienemigo de todo niño algo perezoso que prefiere estar en el parque o en casa jugando a la consola. Al terminar la hora de clase me llamó a su mesa, sobre la ya desaparecida tarima que había antes en cada aula, para decirme que había estado leyendo mi castigo mientras nosotros realizábamos los ejercicios de rigor del libro. Le había gustado. Y algo dentro de mí se sintió muy bien. Es probable que una pequeña sonrisa me delatara. Podía hacer que otros se divirtieran tanto como yo había disfrutado escribiendo. Por desgracia, ese pensamiento perdió intensidad hasta que años después volvió más fuerte que nunca, pero esa es otra historia.



Y ese fue el germen.



Pero no quería terminar sin dar un tirón de orejas a algunos profesores (tal vez el tirón no debiera ser para ellos, sino para la administración, que los obliga a ello) que mandan leer obras que, sí, son clásicos, sí, son importantes para la historia de la literatura, pero que no van a ser valoradas por sus alumnos, sino que les harán creer que los libros son aburridos. Un niño debe leer libros de su elección para amar la lectura, ya tendrá tiempo de leer los clásicos por voluntad propia, y seguro que lo hará con mejor talante que cuando es una exigencia externa. Un niño al que no le gusta leer no va a cambiar de opinión cuando le obligas a hacerlo con obras escritas hace siglos con un lenguaje que cuesta entender y expresiones que no se utilizan en la actualidad. En los cursos de inglés no te exigen a Shakespeare en el nivel 1. Hala, ya lo he dicho.

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